sábado, 3 de diciembre de 2011

Ensayo sobre la vida...

En la mayoría de las conversaciones e incluso en los medios de comunicación la palabra clave es MUERTE. Hoy han muerto una familia debido a un incendio, ayer se murió Tomás o cuando me muera quiero que…. ¿Por qué siempre tenemos que hablar de la muerte?
Es verdad que todos vamos a morir. La muerte es nuestra compañera desde que nacemos. Al ser un ser racional debemos saberlo, es nuestra condena. Otros animales tienen, a lo mejor, la gran suerte de no conocer su destino. Pero eso también hace que su vida lleve un recorrido rutinario y solo se piense en la supervivencia. En cambio, los humanos tenemos la obligación de hacer nuestra corta vida más feliz.
El tema de la muerte es un tanto peliagudo. Hay personas que les gusta la muerte como los góticos, y a otras les aterra el pensar que nunca más van a vivir. Yo puedo decir que soy ese tipo de personas que se aterran al oír la palabra. Incluso cuando comienza una conversación sobre ello, me entra pánico el saber que moriré y que jamás podré volver a disfrutar de la vida, a reír, a soñar, a llorar… Se puede decir que me aterra no volver a sentir.
Los humanos podemos elegir vivir como animales salvajes o vivir al límite.  Esta elección también depende de nuestra libertad, nuestra forma de ver la vida. Porque, ¿es bella la vida o se transforma en bella al vivirla? Nuestras decisiones, nuestra libertad hace que sea de una forma u otra.
El filósofo J. P Sartre dijo: “El hombre está condenado a ser libre”. Vale, estoy de acuerdo con él. La libertad es nuestra condena, pero sin ella, ¿a dónde vamos? La respuesta: A ninguna parte. No apreciaríamos lo que tenemos y lo que hemos perdido al elegir.  Porque ella hace que adoptemos una forma de ser, una “esencia” que nos hace únicos.
La muerte es otra excusa para decir que la vida no vale la pena. Es una idea un tanto ridícula. ¿Es que morir nos hace sentir inferiores? ¿Nos debe frenar a seguir adelante? Yo creo que no. Jamás experimentamos la muerte, no hay nadie que nos diga cómo es, adónde vamos, qué ocurre. Nadie vuelve de ella para contárnoslo. Creo que no habría cosa más bonita que despedirte con una sonrisa, satisfecha de lo que has experimentado y sobretodo feliz, muy feliz. Porque la vida está hecha para vivir. Y vivir es sentir. Una mirada de complicidad, un sonrisa de tu hijo, un te quiero de la persona que quieres, una charla con tus amigos, un viaje, todos los momentos por muy pequeños que sean son especiales. ¿Y por qué son especiales? Porque cuando cierras los ojos para tu sueño eterno te das cuenta que esas pequeñas cosas son lo que han hecho especial tu existencia y que la muerte comparada con todo ello no es nada. 
Me aterra la muerte y lo admito. Pero todas esas cosas hacen que veas la vida con otros ojos. Que no veamos como finalidad morir.
Como dice una canción: “Vivir a pleno, vivir sin miedo”. Eso es lo que hace la vida  más interesante, porque al fin y al cabo somos seres mortales, y la muerte no seria muerte si la vida no fuera su compañera.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Noa echa un vistazo a su pasado...

El jardín era amplio y lleno de flores. Tenía en el centro un paraíso, del cual salían esas flores que perfumaban con su olor toda la casa, y justo dejado había un banco de madera. Las paredes, que aislaban el jardín del exterior, estaban cubiertas de hiedra verde. Y al fondo una fuente que llevaba siempre agua de la sierra.
Noa se sentó en el banco y comenzó a leer. La mañana se paso rápidamente- Hoja tras hoja iba pasando. Cuando su madre la llamó para comer, tan solo le faltaba un capitulo para terminar. Cuando estaba en aquel lugar parecía que el mundo se hubiera detenido.

En la comida, Noa contó a sus padres todo lo que estaba haciendo en la ciudad y sobre su vida. Ambos padres escuchaban sonrientes y recordaban años atrás cuando su pequeña les hablaba de sus inquietudes y sueños. Y es que Noa no fue una adolescente normal, ella era especial. No escondía sus pensamientos y se revelaba contra todo lo que era injusto. Sus objetivos eran salir de aquel pueblo que la refrenaba y conocer el mundo. Los demás jóvenes del pueblo no compartían las mismas ideas que ella. Ellos solo pensaban en la fiesta y el alcohol.

Volviendo a la conversación, la familia disfruto de una velada maravillosa. Hacía mucho tiempo que no pasaba. Antes de marcharse a vivir fuera, Noa había tenido unos percances con su padre. El quería que trabajara en el campo con él, pero ella discutió con su padre y estuvieron enfadados durante meses. Su madre intentaba reconciliarlos pero todo lo que hacía quedaba en vano. Así fue como un día, Noa se marchó sin decir nada y cuando tenia que volver le costaba mucho. Pero esta vez era diferente, su relación con su padre era distinta ambos se sonreían mutuamente, se habían perdonado.
Al terminar de recoger la mesa, Noa se marchó a pasear por su antiguo pueblo.

Nadie la conocía, había cambiado mucho. Fue por la plaza y vio a una antigua compañera del colegio. Estaba transformada. Ahora estaba atareada con sus hijos y su marido, el cual le habían contado que era drogadicto. Estaba sola y ya no era la joven guapa que había sido antes. Noa se acordaba de lo mucho que le había hecho daño en una época ya pasada, aun así no le deseaba aquel sufrimiento. Había  sido una persona sin sueños y metas y todo eso le había pasado factura. Era hora de regresar a casa.  

En esos momentos de su vida, Noa empezaba a apreciar a su pueblo. Empezaba a darse cuenta de que aquel “agujero negro” del que tanto había hablado en su adolescencia, aquel que impedía sacar su rebeldía, ya no era más un obstáculo.

Estaba en la etapa en el que cada cosa tenía su encanto, y eso era lo que quería reflejar en sus fotografías. Todo era mágico ante sus ojos pero hoy en día, la curiosidad de ver las cosas con otros ojos iba desapareciendo poco a poco. Noa lo podía ver todos los días en su trabajo, fotografiar esqueletos femeninos que tan solo reflejaban “Como ir a la moda”. Era algo asqueroso para ella…

En todo esto pensó de camino a su casa. Sabía que pronto debía marcharse y se quedó contemplando su humilde hogar. En ella habían vivido gran parte de su familia, generaciones y generaciones habían pasado por ella. Noa percibía algo especial en la casa. De niña cuando jugaba a ser princesa no había palacio más poderoso y mágico que su casa. Sabía que su casa era muy especial y en efecto Noa no se equivocaba.