Le llamaban Soledad,
por ser hija de Melancolía.
De las flores y el rocío, nació.
Su cabello moreno y sus ojos marrones
mostraban la gran luz de su alma.
En las madrugadas de verano,
le gustaba escuchar tangos argentinos
e imaginaba a los bailarines
por las calles de Buenos Aires.
La pluma de su mano
escribía sus melodías,
canciones de amores y otros trapos,
que la hacían poetisa.
Nada le afectaba,
era libre como el aire.
En estos días de sol,
me acuerdo de su sonrisa de vida.
Me vuelve a la memoria
sus impulsos de rebeldía.
Nadie sabe adonde fue,
ni qué hizo.
Algunos dicen que la ven vagar
por las avenidas de Buenos Aires
bailando los tangos de Carlos Gardel.